28 sept 2007

Una tarde en el Metro de Medellin

La tarde del último viernes de febrero del 2007 es bastante calurosa y picante, tanto que el sol cae directamente en la cara de los que van por el centro de Medellín y de los que suben las escaleras de la estación San Antonio para dirigirse al metro.

Ya son casi las 2 de la tarde, una hora bastante congestionada y en medio del calor, la fila para comprar los tiquetes de viaje es de 15 personas. La mayoría de los que esperan su turno no paran de mirar la hora, están de prisa y el movimiento acelerado de sus cuerpos refleja que el tiempo lo tienen más que medido. Quien se encuentra entregando los tiquetes no para de trabajar, cada segundo llegan nuevos viajantes de toda índole y la fila no se ve vacía en ningún momento.Mientras llega el metro, las personas esperan impacientemente y varios cuentan cada segundo que pasa.
Después de 4 minutos llega el transporte, inmediatamente un señor, de unos 40 años, vestido de traje formal y que carga una elegante maleta de cuero, dice en voz alta ¡Por fin! Pero cuando percibe la cantidad de personas que van en los vagones refleja en su rostro un gesto de disgusto.El metro frena cuando llega a la estación, se abren sus puertas y se bajan los que ya están cerca del lugar hacia donde se dirigen, pero el número de quienes se suben es tres veces superior al de los que se bajaron. Realmente no hay donde sentarse, ni de donde tenerse, además es inevitable que los cuerpos se rocen.

La gente que viaja de pie parece cansada y molesta por la estrechez, miran como si tuvieran dolor de cabeza. Mientras que los están sentados parecen más relajados, unos duermen, otros están en silencio, algunos conversan, varios escuchan música y algunos hasta hablan por celular.

En una de las sillas hay una mujer embarazada, con unos 6 meses de gestación, lleva además cargada a una niña de 5 años. Es obvio que son madre e hija. Sus rostros son muy similares, la nariz de ambas es igual de pulida, sus ojos grandes y de color miel, y aunque la niña es más blanca que su madre, su cabello es igual de dorado, liso y natural.Mientras la niña trata de acomodarse en las piernas de su madre le pregunta ¿Mami, cuántas estaciones faltan para poder ver a mi papito?

MADRE: Faltan cuatro...umm no son muchas (le da un beso)
HIJA: ¿Y no nos podemos quedar los tres?
MADRE: (Silencio)
HIJA: ¿No mami?
MADRE: no mi vida (acaricia el rostro de la niña) yo no puedo, tengo que devolverme para la casa (dice en voz baja)

La niña refleja en su rostro una enorme tristeza, con muchas preguntas y sin entender la situación, guarda silencio y más bien se queda contemplando a las personas que viajan junto a ella.La estación Poblado es una de las estaciones en donde más gente se baja del metro, en especial estudiantes de universidades y de colegios cercanos.En la estación Envigado, la madre sacude a la niña y le dice: ¡Laura ya llegamos! Esperan a que se bajen algunas personas, luego salen del metro y en una de las bancas de la estación hay un hombre sentado, con las manos puestas en las mejillas esperándolas. Es un joven robusto, de piel blanca y cabello negro.Se levanta apenas las ve llegar saluda a la madre con un beso en la mejilla poco emotivo y luego carga a la niña con enorme satisfacción. La madre y el padre de la menor sostienen una corta conversación y se despiden.

En la estación Itagüi al lado derecho, se suben algunas personas para hacer el recorrido contrario, de sur a norte. No hay tantos pasajeros como al principio. Se suben al metro en particular 2 niños y su padre. Los niños son igualitos físicamente, con rostros alegres y cara de traviesos, de unos siete años .El padre va en una silla, con una bolsa de Mc Donald`s, y los niños sentados en la silla siguiente, cada uno con un carrito de Fórmula 1 en la mano, uno azúl y el otro rojo.

NIÑO 1: papá, David me está molestando (con voz de mimado)
PADRE: David, estése quieto. Así de mal se va a manejar donde la tía Estela, ella es muy brava. (Frunciendo la boca)
NIÑO2: Mentiras, él empezó, entonces dígale que no me saque la lengua.
NIÑO 1: Oigan, si usted fue el que empezó, para qué me araña los brazos.
PADRE: Niños compórtense, no les da pena, la gente los está mirando y cuando lleguemos donde la tía van a estar muy juiciosos.
NIÑO 2: Bueeeno.

Los niños se miran disgustados uno al otro, frunciendo la frente y cambian de posición. Uno se sienta en las piernas de su padre y el otro se asoma por la ventana. El padre los mira advertidos, afirmando con la cabeza. Se bajan en la estación Ayurá. Su papá los lleva de la mano y uno de los dos trata de soltarse.

Más tarde, en la estación Parque Berrío se suben dos señoras. La de más edad, lleva puesta una bata larga, azul de fondo entero y dos enormes aros en sus orejas. La otra está mucho más informal, de jeans y camiseta blanca, con el cabello suelto y de tenis, lleva consigo además una bebé de unos 15 meses, que a pesar de su edad, no tiene la motricidad desarrollada como la de un niño normal, apenas mueve su cabeza y una mano más que otra.

Tiene la pequeña una hermosa batita rosada con boleros blancos y unas sandalias blancas. Su rostro inspira una enorme ternura. Pero tiene una anormalidad del que quizás muchos no se percatan, porque lleva puesto un sombrerito rosado que no deja ver a simple vista el tamaño de su cabeza, padece de macrocefalia.Su madre la lleva cargada de una forma tan fuerte como si la protegiera de quienes están a su alrededor. La criatura, inocente de su situación, se quita el sombrero con una de sus manos, parece que le estorba, su mamá vuelve a acomodárselo y agacha la cabeza cuando la gente detiene su mirada en ella, como si se avergonzara; de repente lo ignora, y le pregunta a su acompañante en voz baja, casi ni se le alcanza a escuchar:

MADRE DE LA BEBÉ: Oiste, ¿Cómo es que se llama el médico de Tatiana?ACOMPAÑANTE: Carlos
M.B: yo sé, pero como le dicen, como se llama lo que él hace?
ACOMPAÑANTE: Ahhhhh, él es un neurólogo.
M B: ay sí, es que él me dijo que la niña estaba mejorando lento y que con las terapias va a progresar mucho.
ACOMPAÑANTE: si es que la niña está mejorcita, mirá que a ella ya se le entiende mucho lo que habla y ya mueve mucho sus bracitos.
M B: Ay gracias a mi Dios, ojalá nos vaya bien en la revisión.
ACOMPAÑANTE: (silencio)
M B: (silencio)
ACOMPAÑANTE: yo te pregunto ¿Alfredo si te siguió ayudando?

M B: Ese lo que es un descuidado, diario me dice que no tiene plata y me toca a mi bregar pa allá y pa acá con la niña… ayyy ya se me durmió, hay que despertarla cuando lleguemos a la cita, debe tener un hambre, no me recibió casi almuerzo.
ACOMPAÑANTE: y vos como trabajas pues, si diario tenes que estar cuidándola.
M B: ay no mija yo lo que haga los fines de semana con lo de los pasteles que le vendo a Jazmín para lo del restaurante.
ACOMPAÑANTE: ahhh pero algo es algo.
M B: ay si mija.

Cuando el metro para en la estación Hospital, se bajan las señoras con la niña, que despierta llorando, la madre trata de calmarla, meciéndola con las manos y se van.
El vagón continúa casi lleno. Unos con algo de calor, intentan acomodarse, de manera que no tengan que rozarse con otras personas; otros se bajan rápidamente, la mayoría no habla durante todo el camino y los que hablan, conversan poco o en voz muy baja, algunos no se preocupan por su alrededor y prefieren escuchar música o dormir mientras llegan a su sitio de destino.

Nota: fotografía tomada de